viernes, 28 de octubre de 2011

HE VISTO MORIR UN ARBOL.

YO HE VISTO MORIR UN ARBOL


Primer premio de literatura Rodolfo Bordeta
Festividad de San Juan de Dios año 2011.
Asociación de Jubilados Colegio de Enfermería de valencia


No le vi nacer, ni tampoco crecí a su lado, pero la esbeltez de aquel árbol que se alzaba armonioso frente a mi casa, con sus innumerables ramas cuajadas de pájaros, había llegado a formar parte integrante de mi vida.
Era por decirlo así, un amigo paciente en el que se podía confiar plenamente. Animaba con su ejemplo a soportar cualquier adversidad demostrando así a un mundo casquivano y cambiante, con su firme presencia estatuaria, que se pueden soportar los embates del tiempo , sin que ello haya de dejar huella profunda necesaria en nuestro semblante y mucho menos en nuestro corazón.
Cada día me despertaba suavemente con el susurro delicado de sus hojas perennes, o bien me avisaba del viento enfurecido agitándose fuertemente. Me brindaba satisfecho su sombra acogedora si el sol era abrasador, o servía oportuno de paraguas ante la sorpresa de un chubasco.
Era además, el punto de referencia para situar cualquier lugar del pueblo, sabía entonar himnos triunfales a nuestra llegada, valiéndose siempre de un invisible cimbreo, y era su verde pañuelo de hojas el último en agitarse siempre al despedirnos. Tras aquel gigantesco árbol se arropaba calladamente el pueblo querido, y con él todas nuestras ilusiones.
Hasta que un día, los hombres, incapaces de comprender su auténtico valor, decidieron talarlo.
De nada sirvió entonces su altiva arrogancia ni el susurro quejumbroso de su copa, ni siquiera las fuertes raíces con que ansioso se aferraba al entrañable terruño. Nada podía salvarle cuando el decreto del hombre había decidido su muerte.
Y llegó el momento .Unos hombres extraños para nosotros se pusieron en acción, y lentamente vimos como le iban despojando de sus enormes ramas, con las que pretendía inútilmente alcanzar el cielo. Después, ya un esqueleto sin vida, le vimos caer.
Había sido valiente. Con rigidez estoica aceptó su triste suerte, sin embargo, al doblegarse hacia el suelo, impotente él que sólo sabía de mirar a lo alto y de cantos eternos que morían en dulces susurros, al rasgarse la última partícula que le unía a la vida, no pudo evitar un fuerte gemido.
Fue un sonido especial que no olvidaré fácilmente, y que en ese extraño lenguaje de los seres inanimados debía significar mucho.
Los hombres más viejos del pueblo lo vieron caer con un brillo poco corriente en sus ojos cansinos .No era extraño, los míos brillaban también, no sabría decir que extraño sentimiento me invadía ¿era de pena exactamente? Tal vez si, también las cosas que nos rodean adquieren a veces un valor emocional incalculable, y sin sospecharlo llegamos a quererlas.
Yo quería así de un modo semejante a todas las cosas del pueblo, y tal vez por eso, cuando llegó el tiempo en que la misma voz imperiosa que me trajo ordenó mi marcha, calladamente tal vez como aquel árbol que vi morir, yo también lloré en silencio, mi doloroso arrancamiento del lugar, rumiando por lo bajo, mi cariñoso adiós para aquel pueblo.


Carmen García Guaita.
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